A sí, en esa pose exacta. Con la mano en el mentón, con la mirada chispeante atrapada por algún detalle y con el pelo largo y revuelto. Si tuviera que sumar una foto a su currículum vitae, Fiona Bonomi (21) no dudaría en elegir aquella en la que la sorprendieron vestida con un outfit completo de su mamá, Cynthia Kern. “Aunque yo tenía 5 años, siento que refleja mi personalidad actual: algo rebelde, pero lookeada a full, con unos stilettos increíbles y una prenda animal print, tan Cynthia. Cuando era chica, probarme toda la ropa de su vestidor era el mejor plan del mundo”, cuenta. Única mujer entre tres hermanos, Fiona es hija de Cynthia Kern (53) y de Federico Bonomi (56), un matrimonio potente en la la industria de la moda: en 1992 fundaron Kosiuko, una marca de espíritu moderno y disruptivo que los catapultó al éxito y, también, al altar. Al igual que sus tres hermanos –Luca (27), Mika (24) y Luiggi (20)–, Fiona creció en una usina de creatividad, que hoy está diversificada en otros negocios. Los hijos varones hicieron sus primeros pasos en Herencia Custom Garage y en Casa Chic [empezó con deco y hoy tiene hoteles] y lanzaron su propia marca: Label 99. Fiona se sumó a Kosiuko hace tres años: desde el área de Marketing, se encarga del estilismo, las producciones, las redes sociales y el e-commerce. “Estoy feliz”, reconoce ella.
–¿Soñabas con trabajar en la compañía familiar?
–No, cuando era más chica quería ser veterinaria. Después, me di cuenta de que lo que en verdad me atraía era lo estético: porque soñaba con una veterinaria, pero me importaba que fuera aesthetic, como para una foto de Peter Lindbergh. [Se ríe]. Quizás porque veía mi casa, que es increíble, me anoté en Diseño de Interiores… ¡y justo vino la pandemia! Durante ese tiempo de encierro, mamá me pidió que la ayudara con los vivos de Kosiuko y me enganché.
–¿Retomaste diseño?
–No.
–¿Y tus padres qué dijeron?
–Todo bien. Desde que somos chicos, nos dieron libertad para estudiar la carrera que quisiéramos. Pero no hacer nada nunca fue una opción: “O estudiás o trabajás. Si no estudiás, movete, ganá experiencia; hacé algo que te apasione”. Un lunes fui con mamá a la empresa. Empecé en el área de Diseño, pero me encantó Marketing. Me sumé, entonces, a un equipo: cumplo horario, como todos en mi familia.
–Trabajás codo a codo con tu mamá, que es directora creativa de Kosiuko. ¿Cómo se llevan?
–Estar con ella, viendo telas y botones, es espectacular. ¡Sabe tanto! En el trabajo, aprendimos a llevarnos bien. Pero no me deja pasar una. [Se ríe]. “¿Hiciste esto, te ocupaste de lo otro?”. No puedo bajar mi score en el rendimiento: sólo podría subir de puesto si logro los objetivos, como cualquier otro empleado. “La clave del éxito es darlo todo” o “Que las cosas salgan bien no es casualidad”, son algunas de sus frases. Al igual que papá, es exigente conmigo y con mis hermanos. Mamá es “muy coach” de sus equipos: alienta al compromiso y al esfuerzo: “En mares calmos, no nacen buenos navegantes”, repite. Banco a full eso.
–¿Y cómo se llevan fuera del trabajo? Cuando vos eras más chica, ella decía que tenías una personalidad avasallante.
–¡¿Dijo eso?! [Se ríe]. ¡Mamá es la persona más intensa que conozco! Es intensamente creativa y ha sido intensa con nosotros también, medio sargento: con mis hermanos decíamos que era como un ovejero alemán, porque siempre ha estado atenta: “¿Qué hacés?, ¿a qué hora venís?, ¿adónde vas? Contame”. Hoy, que tengo 21, puedo decir que, gracias a su intensidad, las cosas funcionan. La admiro. Es transparente, sensible, expeditiva, siempre queriendo aprender cosas nuevas; no sé cómo ha hecho tantas cosas y estar tan presente en mi vida. Es mágica… Y sí, cuando yo era más chica, chocábamos un poco. Yo necesitaba construir mi espacio en una familia en la que todos tenemos mucha personalidad. Soy la única mujer entre hermanos varones y admito que, de chiquita, fui un pibe más. Era difícil manejarme. Mamá soñaba con ponerme moños y jeans bordados con mariposas y yo ni siquiera me dejaba vestir ni peinar. Papá pasaba horas tratando de desenredarme el pelo para estar presentable. En chiste, él le decía a mamá que cuando yo tuviera novio, seguro me esforzaría más. [Se ríe].
–¿Ibas a contramano del ritmo familiar?
–En casa, todos están enchufados a 220 24/7. [Se ríe]. Está papá, que es más tranquilo; y está mamá, que encuentra su calma en el movimiento. Ella, que estaba acostumbrada a arrear varones, conmigo se le quemaron los papeles: yo necesitaba mi paz y mis tiempos. Soy más de mirar por la ventana, hacerme un café, resolver una sopa de letras, leer un libro acompañada por mi perro [un labrador llamado Pistón], cantar o tocar la guitarra. Y mamá no tiene problemas en entrar en mi habitación, correr las cortinas y decretar que hay que abrir las ventanas para que entre aire. Con el tiempo, empecé a poner límites.
–¿Y hoy a quién sos parecida?
–Tengo mucho de la calma de papá, que es muy de vivir el presente y que, para buscar la tranquilidad, elige el río o el campo. Físicamente, soy muy parecida a mamá; en cuanto a estilo, soy más net que ella. Soy exigente y muy detallista… demasiado. En el trabajo, ser detallista sirve para ir mejorando tus errores, pero yo lo era por demás. Hacer terapia me ayudó: ahora solté un poco.
–Y, al final, en cierta manera, se cumplió lo que decía tu papá: tenés novio [desde hace tres años, Tomás Herman, que se dedica a las finanzas] y hoy sí te importa el look y la moda.
–Con Tomás, ¡hay amor! En casa, lo adoran. Pero cuando lo llevé por primera vez, ¡no sabés los celos de papá! El día de mañana, quiero tener una casa, mil hijos, mil perros y una pareja como la que tienen mis padres. Ese formato me encanta: ellos tenían 16 y 18 años cuando se conocieron, estuvieron de novios diez años, se casaron y siguen juntos. Con mis hermanos, a veces, decimos que ellos nos han puesto una vara demasiado alta.
–¿Tenés ganas de irte a vivir sola?
–En casa, hoy, sólo quedamos Luiggi y yo. Sin embargo, no hay día que Luca y Mika, los mayores, no aparezcan. A los 18, todas mis amigas se fueron a estudiar afuera, y muchas no volvieron. Si bien yo hice mi experiencia cuando fui a Miami a estudiar Fashion Styling en el Istituto Marangoni, elegí volver. Amo la diaria de mi casa, papá cocinando, mamá pidiéndonos que pongamos música, mis hermanos opinando sobre motos o de autos [como toda su familia, Fiona también tiene debilidad por los fierros], todos hablando, todos generando proyectos.
–En tu casa, te llaman la “princesita”. ¿Qué pensás cuando te dicen que sos la heredera del imperio Kosiuko?
–Según el día… a veces, también me dicen “diablita”. Cuando me llaman “princesita”, lo dicen de manera cariñosa: mis tres hermanos son amorosos y protectores conmigo. Decir que soy la heredera es demasiado; siento que heredé muchas cosas de mi familia que van más allá del ojo estético: los valores, ser agradecida siempre y la idea de que, en esta vida, no tenemos nada servido. Cada vez que hemos querido algo, papá y mamá nos han incentivado para que lo consigamos por nuestros propios medios. Heredé la libertad de lanzarme a la aventura: desde que sé que la moda es lo mío, ellos no dudaron en darme mi lugar. En septiembre, voy a presentar mi cápsula: una propuesta que fusiona el estilo de Kosiuko con el mío. En esta empresa que tiene ya treinta y dos años, ya estoy poniendo mi granito de arena.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola